Örkény István: El redentor

jueves, 10 de noviembre de 2011

A las diez de la mañana el escritor terminó su nuevo drama. A primeras horas de la noche le habían faltado dos difíciles escenas y se pasó la noche entera escribiéndolas. Durante ese tiempo se preparó cerca de diez cafés y caminó al menos diez kilómetros en la estrecha habitación del hotel, de un lado a otro. Ahora, sin embargo, se sentía tan fresco como si ni siquiera tuviese cuerpo, tan feliz como si la vida se hubiera embellecido, y tan libre como si el mundo hubiera cesado de existir.
Se preparó otro café. Bajó a la orilla del lago y buscó al batelero.
-¿Paseamos un rato por las aguas, tío Volentik?-preguntó.
-Tome asiento-dijo el batelero.
El cielo estaba nublado, pero no había nada de brisa. Como un inmenso espejo, así de liso, plateado y brillante se veía el lago. El tío Volentik remaba con golpes rápidos pero breves, tal como es costumbre en el lago Balatón.
-¿Qué cree?-preguntó el escritor, después de que hubieran navegado un buen trecho-¿Se ve todavía desde aquí la orilla?
-Sí, todavía sí-dijo el batelero.
Continuaron. La visión del techo de tejas rojas del balneario lentamente fue cubierta por los árboles. De la costa sólo se veía lo verde y del ferrocarril solamente el humo.
-¿Y ahora?-preguntó el escritor.
-Ahora también -contestó el batelero.
Ya sólo se escucha el batir de los remos en el agua y ningún sonido llegaba desde la orilla. Las imágenes de las casas, del puerto y del bosque se confundían las unas con las otras. Ya sólo se veía como el trazo de un lápiz el lugar donde terminaba el lago.
-¿Todavía se ve hasta aquí?-preguntó el escritor.
El batelero miró a su alrededor.
-Hasta aquí ya no.
El escritor se quitó las sandalias y se puso de pie.
-Entonces deje de remar, tío Volentik-dijo-. Voy a intentar caminar un poco sobre las aguas.


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