Nací en 1905, en Budapest, soy ortodoxo de religión. Mi padre -el extinto Áron József- se expatrió cuando yo tenía tres años y la Asistencia Pública me envió a Öcsöd, donde fui criado por campesinos. Fue allí donde viví hasta la edad de siete años. Trabajaba como lo hacen en general los niños pobres del campo; cuidaba cochinos. Cuando cumplí siete años, mi madre -la extinta Borbála Pócze- me llevó de nuevo a Budapest y me inscribió en el segundo grado de la escuela primaria. Mi madre lavaba y hacía trabajos domésticos para mantenernos a mis dos hermanas y a mí. Ella trabajaba en casas ajenas y allí permanecía de la mañana a la noche. Entregado a mí mismo, sin vigilancia, yo vagabundeaba y mataba el tiempo. Pero en mi libro de lectura de tercer grado hallé historias interesantes acerca del rey Attila y me lancé a la lectura.
Los cuentos relativos al rey de los hunos no sólo me interesaban porque yo también me llamaba Attila, sino porque en Öcsöd mis padres adoptivos me habían llamado Pista(1). Después de un conciliábulo entre los vecinos, escuchado por mí, ellos habían llegado a la conclusión de que el nombre de Attila no existía. Esto me había llenado de estupor, como si fuera mi propia existencia lo que ponían en duda. El descubrimiento de las historias del rey Attila ejerció, creo yo, una influencia decisiva sobre mi orientación y, en fin de cuentas, a ello se debe que yo me haya vuelto hacia la literatura, que haya aprendido a reflexionar, y que me haya convertido en un hombre que escucha las opiniones ajenas, pero pasándolas por el tamiz de su propia experiencia; un hombre que responde cuando le llaman Pista, antes de haber verificado lo que pensaba en el fondo de sí mismo, es decir, que su nombre era Attila.
Contaba nueve años de edad cuando estalló la guerra mundial. Nuestra suerte empeoraba sin cesar. Tenía que hacer la cola frente a las tiendas. A veces yo tomaba mi turno en la tienda de víveres a las nueve de la noche, y a las siete y media de la mañana, cuando llegaba mi número, se reían en mis narices diciéndome que ya no había grasa.
Ayudaba a mi madre como podía. Vendía agua en el cinematógrafo Világ. Para calentarnos, robaba carbón y madera en la estación de Ferencváros. Confeccionaba juguetes de papeles de colores y se los vendía a los niños más ricos que yo. Llevaba cestas y paquetes al mercado, etcétera.
Durante el verano de 1918, pasé unas vacaciones en Abazia gracias a la Acción Real para las Vacaciones de los Niños. En esta época mi madre ya estaba enferma, tenía un fibroma y yo mismo me presenté en la Asistencia Pública: fue así como partí para una breve estadía en Monor. De regreso en Budapest, vendí periódicos, comercié con sellos y luego con billetes blancos y azules(2) como un aprendiz de banquero. Durante la ocupación rumana, vendí pan en el café Emke. Entre tanto, después de haber terminado el quinto grado de la escuela primaria, asistí al Curso Complementarlo.
Durante las navidades de 1919, mi madre murió y el Servicio de Huérfanos escogió como tutor a mi cuñado Ödön Makai, el cual acaba de morir. Durante una primavera y un verano, trabajé a bordo de las barcazas Vihar, Török y Tatár de la compañía de navegación Atlánica. Después, sin haber asistido a las clases, pasé el examen de cuarto grado del Curso Complementario y me gradué, luego de lo cual mi tutor y el doctor Sándor Giesswein me enviaron al seminario de los Hermanos Salesianos en Nyergesújfalu. No permanecí allí más que quince días en total debido a mi condición de ortodoxo y no de católico. De allí fui enviado a Makó, al colegio Demke, donde no demoré en obtener una plaza gratuita. En verano, daba clases en Mezóhegyes a cambio de la comida y el alojamiento. Terminé el sexto grado del liceo con la mención de sobresaliente. Y no obstante, debido a los trastornos ocasionados por la pubertad, yo había intentado suicidarme en varias ocasiones. Es cierto que no tenía entonces, como antes, nadie cerca de mí que me guiara con sus consejos amistosos. Fue en esa misma época cuando aparecieron mis primeros versos. La revista Nyugat(3) publicó poemas que había escrito a la edad de diecisiete años. Me consideraron un niño prodigio, y sin embargo no era sino un huérfano. Al terminar el sexto grado, abandoné el liceo y el internado, pues, en mi aislamiento, me sentía desocupado: no estudiaba, pues me sabía la lección tan pronto el profesor la explicaba, mi certificado y la mención de sobresaliente dan, por otra parte, fe de ello. Trabajé en Kiszombor como obrero agrícola, jornalero, y luego me contrataron como preceptor. Aconsejado por dos de mis profesores, que sentían afecto por mí, decidí, no obstante, presentarme al bachillerato. Pasé el examen de séptimo y octavo grados de una sola vez y así terminé un año más temprano que mis antiguos condiscípulos. Sin embargo, como no había dispuesto más que de tres meses para estudiar, pasé el examen de séptimo grado con buenos resultados, pero el de octavo con notas mediocres. Mi carné de bachillerato presentaba notas mejores que el de octavo grado. Sólo en húngaro y en historia obtuve el aprobado. Ya en aquella época me habían acusado por haber blasfemado el nombre de Dios en un poema: el Tribunal Supremo me absolvió.
Luego de haber sido durante cierto tiempo representante de librería en Budapest, en la época de la inflación fui empleado por el banco Mauthner. Después de la introducción del sistema Hintz, me pasaron a la contabilidad y, para gran disgusto de mis compañeros de más edad, fui encargado de controlar los valores que estaba permitido emitir los días de pago. Mi voluntad de trabajo fue un tanto lesionada por el hecho de que mis mencionados colegas echaban sobre mí una parte de su propio trabajo, que de ese modo yo tenía que realizar aparte del mío. Además, ellos no dejaban de fastidiarme a causa de mis poemas que se publicaban en la prensa. "Cuando yo tenía su edad, también escribía versos", decían. Más tarde, el banco quebró.
Decidí que al fin y al cabo sería escritor y que trataría de hallar alguna ocupación burguesa en relación estrecha con la literatura. Me inscribí en la Facultad de Letras de Szeged para estudiar húngaro, francés, y filosofía. La matrícula comprendía cincuenta y dos horas de clases por semana y, al fin del semestre, pasé un examen obteniendo la mención de sobresaliente. Pagaba mi alojamiento con los honorarios de mis poemas publicados.
Me había sentido muy orgulloso de que mi profesor Lajos Dézsi me estimara con aptitudes para emprender estudios independientes. Pero quedé definitivamente desalentado cuando el profesor Antal Horger, con quien debía pasar el examen de lingüística húngara, me declaró, ante dos testigos -aun hoy sé sus nombres; ellos son profesores- que, mientras él viviera, yo nunca podría llegar a ser profesor de liceo. "Pues, me dijo, poniéndome en la cara un ejemplar del periódico Szeged, a un hombre que escribe semejantes cosas, nosotros no podríamos confiarle la educación de las generaciones futuras". Se habla a menudo de la ironía de la suerte y aquella en realidad fue una ironía, pues el poema incriminado, Corazón puro, pronto se volvió célebre. Siete artículos le fueron consagrados.
Lajos Hatvany ha declarado en varias ocasiones que. "para conocimiento de los tiempos futuros" aquel era el testimonio de toda la generación de post-guerra. Ignotus, por su parte, acariciaba, mimaba, mecía, murmuraba este maravilloso poema, según escribió en la revista Nyugat, y en su arte poética lo presentó como modelo de la nueva poesía.
Al año siguiente -yo tenía entonces veinte- fui a Viena y me inscribí en la Universidad. Para vivir, vendía periódicos a la entrada del Rathaus-Keller y realizaba la limpieza de los locales de la Academia Húngara de Viena. Cuando el director, Antal Lábán, se enteró, quiso que aquello terminara. Ordenó que me dieran la comida en el Collegium Hungaricum y me consiguió alumnos: los dos hijos del director general del Banco Anglo-Austríaco, Zoltán Hajdu. De Viena, donde yo me albergaba en la miseria (no me había acostado en sábanas durante cuatro meses), me convertí, sin transición, en el huésped del castillo Hatvany, en Hatvan, y luego que la dueña de la casa, señora de Albert Hirsch, me suministró dinero para el viaje, partí hacia París a fines del verano. Allí, me inscribí en La Sorbona.
El verano siguiente fui a la costa del mediodía de Francia, a un pueblo de pescadores.
Luego regresé a Pest. Asistí durante dos semestres a los cursos de la Facultad de Budapest: no realicé sin embargo mis exámenes de profesorado pues, evocando la amenaza de Antal Horger, estaba convencido de que de ningún modo obtendría una plaza. El lnstituto del Comercio Exterior me empleó entonces, desde su creación, en trabajos de correspondencia en húngaro y en francés. Mi antiguo director general, el señor Sándor Kóródi, está dispuesto, creo yo, a dar referencias acerca de mí. En esa época, no obstante, la suerte me golpeó de modo tan imprevisto que, por más endurecido que yo estuviese, no lo pude soportar. Primero me enviaron a un sanatorio, luego me dieron permiso por enfermedad, a causa de mi neurastenia. Abandoné mi oficina, comprendiendo que, siendo tan joven, no podía permanecer a cargo de una institución. Desde entonces vivo de lo que escribo. Soy redactor de la revista literaria y crítica Szép Szó (4).
Además de mi lengua materna, el húngaro, escribo y leo el francés, y escribo perfectamente a máquina. He aprendido igualmente la taquigrafía: un mes de práctica sería suficiente para refrescar mis conocimientos. Tengo alguna experiencia en materia de emplane de periódicos. Sé componer según las reglas. Me considero un hombre de honor, creo poseer agilidad mental y constancia en el trabajo.
Attila József
(Febrero, 1937)
(1) Diminutivo de Iván.
(2) Durante la inflación que se produjo en Hungría en los años de post-guerra. circulaban dos tipos diferentes de billetes, unos blancos y otros azules, con los cuales se especulaba. Los primeros tenían más valor que los segundos.
(3) Occidente.
(4) Argumento.
0 comentarios:
Publicar un comentario